Escritos 18 julio, 2012

No se puede pedir que cambie…

Paseaba por las grises calles de su mundo, todo debería ser mucho más fácil, pero no lo era. Aquellos desnudos maniquís de los escaparates lo observaban en silencio, estaba solo y hacía días que nadie pasaba por allí. Las calles estaban vacías y llenas de recuerdos de lo que un día fue aquel lugar, pequeños trozos de papel, restos de vasos de cartón con indescifrables garabatos que describían un mundo que ya no existía.

«Cocacol..a».

A veces uno tiene esos días vacíos en los que pasa el tiempo más rápido de lo que uno quisiese y cuando cae la noche no encuentra explicación a lo sucedido. A veces la mente piensa tan despacio que el tiempo parece contraerse y el día dura un suspiro… su día había durado un suspiro, y era ahora cuando caía la noche que el tiempo volvía a su normalidad, la mente volvía a pensar de forma fluida y veía que le faltaba algo. Hacía varios días que le faltaba algo, le faltaba equilibrio, le faltaba seguridad. Sabía que le faltaba ella pero ella estaba demasiado lejos.

Era peor… faltaba ella y sobraba todo lo demás.

El mundo estaba cambiando demasiado deprisa y allí todo iba tan lento, tan forzado que se hacía bizarro el día a día… todo cuanto fue normal y le rodeaba ahora ya no lo era. No se pueden cambiar las cosas, «no se puede pedir que no cambie algo que ya no es igual».

Aquella anónima silueta en la noche no quería perder la esperanza en el mañana… eso sería demasiado trágico.
Continuó caminando en la noche de aquella fúnebre ciudad de luces color pastel, buscando un lugar donde refugiarse del frío que se adueñaba de cada rincón, como arrancando el último suspiro de calor que poseyera alguno de aquellos inertes maniquís que lo observaban en silencio.

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